Ataques de pánico, ¿tendrá que ver mi fibromialgia?

Tantos y nuevos síntomas que ya no sabes qué pensar, vas el médico con cierto recelo porque ya te haces a la idea que sabe menos que tú de lo que está pasando, con todo y esto aún persistes yendo a la consulta médica, porque ¿qué más puedes hacer?.

Bueno, en el siguiente post les relataré algo que me ocurrió hace 4 años, yendo para el trabajo y luego yendo a mi médico, han sido dos difíciles episodios en los que creí perder el control de mi, luego de consultar con mi médico y haciéndo una búsqueda exhaustiva en internet, descubrí que aquello que me ocurrió recibe el nombre de “ataque de pánico”.

El pánico es lo que se espera experimentar en situaciones de extremo peligro, como en terremotos, ataques violentos por terceras personas, terrorismo, etc. donde la posibilidad de perder la vida está muy presente; es un estado de alerta máxima con una carga de miedo incontrolable o debo decir más bien “terror”, entonces el corazón se acelera, el entendimiento parece nublarse, se dificulta tu respiración, sudas sin sentir calor, es el estado del miedo puro, solo que sin razón aparente; ¿te ha pasado? espero que no, pues a mi me pasó y es algo desbordante para ti, te sobrepasa y te sientes muy mal.

1348272_25036285Primer episodio:

Esa mañana, muy temprano me lenvanté para ir a trabajar (tabajaba en una oficina en la ciudad de Bogotá), yo he vivido siempre en una población cercana a la capital, “lejos del mundanal ruido y smog”, así que la rutina de viajar ha sido siempre larga para mi.

Ya superado el primer circuito del viaje, me disponía a “caminar” el resto de la distancia que tenía que cubrir hasta mi trabajo, siendo casi 10 cuadras, prefería hacerlas a pie para evitar tráfico y porque siempre me ha gustado caminar.

En medio de mi caminata empecé a sentirme mal, sentía como mi corazón se aceleraba y la respiración se me entrecortaba, trataba de mirar a todos lados y no lograba reconocer el lugar en el que me encontraba, experimenté mucho miedo, como si yo estuviera en medio de algo catastrófico; los lugares tan conocidos por mi, ahora me eran ajenos, traté de calmarme asiéndome de mi mochila, la parte racional de mi cerebro, me hizo detenerme y respirar lento, seguí sin reconocer el lugar donde me encontraba, aunque sabía que me dirigía al trabajo.

Ni siquiera pensé en llamar a nadie, no estaba en mi, estaba fuera de control, sentía la boca seca y un sudor frío por mi espalda, como si estuviera en peligro de muerte. No tuve más opción que detenerme y respirar, luego cuando me sentí algo mejor seguí caminando y a cada paso iba reconociendo las tiendas, los edicifios y los parques de mi camino.

Llegué a la oficina, me encerré en el baño y me puse a llorar, lloré en silencio para que nadie notara lo que me pasó y no tuviera que dar explicaciones de algo que ni yo entendía. Luego tomé el celular y ya más calmada llamé a mi mamá, ella dijo una oración conmigo y eso me reconfortó. No volví a hablar del tema.

Segundo Episodio:

Meses después, yendo a mi neurólogo y en medio de un cruce de la calle (iba caminando), se repitió la misma historia, sentí un terror terrible y me desorienté, sin embargo mi instinto me hizo cruzar la calle lo más rápido, empecé a hiperventilar (respirar rápido y entrecortado), la boca se me secó y mi corazón latía con tal intensidad que creí que me estaba dando un infarto (no sé cómo son los infartos), así que estando en medio del andén me detuve y fingí cansancio, pues mucha gente caminaba por el sector y no sabía qué más hacer, tomé mi mochila con fuerza y traté de poner en orden mis ideas, miré a todos lados tratando de ubicarme y a la vez esperando a que mi ansiedad disminuyera; sentir miedo y no saber el porqué, te hace sentir miserable.

La mejor manera que encontré para calmarme fue tomar una sombrilla que siempre llevo en mi mochila y tomarla con fuerza, reconocí la sombrilla y me sirvió de “totem” para calmarme, ahí en medio de una calle cualquiera, afligida y sin ánimo llamé de nuevo a mi mamá, ella oró de nuevo conmigo y esta vez la noté más angustiada, me sentí fatal.

Más tarde, llegué a mi cita con el neurólogo le comenté lo ocurrido, me habló acerca del pánico y que también se le había asociado a la fibromialgia (mientras yo pensaba: ¿otra vez la fibro?) y entonces me recomendó visitar a un sicólogo (sí, otra vez).

Conclusión:

Esta historia por ahora no se ha vuelto a repetir, sí estuve preocupada por que volviera, pero no quise darle mayor trascendencia, pues falta descubrir tantos aspectos de la fibromialgia, que tomo con cautela aquello que le achacan, solo me limito a esperar antes de tomar algún tratamiento que no tenga un enfoque especializado en la fibromialgia, porque mientras sigan recentando paliativos como antidepresivos y medicamentos para el dolor, persistiré en autoayudarme cuidando mi alimentación, reconociendo mis reacciones y procurándome alivio con una respiración más inteligente.

¿Es necesaria la visita al sicólogo? yo pienso que sí, pero como reitero, que sea especializado en este tipo de síndrome, o por lo menos uno abierto de mente para enfrentar nuevas enfermedades o enfermedades desconocidas por lo menos y que no le de miedo hacer un buen diagnóstico sin apegarse a lo que el sistema de salud le indica en el “manual” de lo que puede o no tratar.

Consejos desde la experiencia:

Más que consejos, son observaciones que hice luego de que estos episodios se dieron y las comparto con la esperanza que puedan servirle también a quién bien las pueda necesitar (de corazón espero que no les ocurra jamás):

  1. En las dos oportunidades encontré como soporte algo mío muy conocido (mochila y sombrilla), las pude tomar con fuerza y de alguna manera sentirme “segura” para lograr calmarme en el nivel más fuerte del terror. Supongo que en medio de la confusión ver algo familiar sirvió de ayuda.
  2. Detenerme en una zona segura, instintivamente mi cuerpo se movía (quería huir), con la lucidez que me quedaba logré detenerme para ubicarme. El cerebro se nubla, por lo tanto es mejor quedarse en el lugar hasta que todo vuelva a la normalidad.
  3. Llamar a alguien cercano, en mi caso mi mamá que ya sabe que con la fibromialgia se puede esperar cualquier cosa, por eso, cuénta con alguien al que le puedas poner al tanto de tu enfermedad y así te podrá acompañar calmándote desde la distancia y mientras todo vuelve a su lugar.

Quiero aprovechar para desearles unas muy felices fiestas con sus seres amados, y si están solos pues desde aquí les envío todo mi cariño y comprensión, estas fechas hay que vivirlas con intensidad llenas de amor por ti para que puedas darlo a los demás; quiéranse mucho.

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